En agosto de 2013, luego que Cristina Fernández perdiera las elecciones parlamentarias que le cerraron la posibilidad de un tercer mandato, escribí un artículo para estas páginas en el que argumentaba que lo mejor para nuestra Patria era que el gobierno aprovechara los dos años que le quedaban para resolver la larga lista de problemas que había ido acumulando.
Continuaba diciendo que si la ex Presidenta no lo hacía, entonces la Argentina iba a completar cuatro años de deterioro económico, social e institucional (lo que efectivamente sucedió; durante 2012-2015 el ingreso por habitante de Argentina cayó a un promedio anual de 0.6%, mientras que los de América Latina y el mundo crecieron a un promedio anual de aproximadamente 0.6% y 1.6%, respectivamente; y terminamos con mayor pobreza a fines de 2015 que en 2011 (según datos de la UCA).
Mi conclusión era que “lo mejor para la Argentina sería pensar en un gobierno de transición en 2015, con gente que se comprometa a servir solamente cuatro años, que convoque generosamente a las diferentes fuerzas económicas, sociales y políticas con esa legitimidad, y que se haga cargo de los costos políticos de ordenar la economía, para luego entregar en 2019 un país más sólido en lo económico y con menos divisiones políticas, culturales, y sociales."
Como sabemos, Cristina Fernández no arregló los problemas acumulados, con la esperanza que le explotaran a quien la sucediera (incluyendo el candidato de su partido), y pensando en retomar el poder cuatro años después. Tampoco hubo un gobierno de unidad nacional en 2015. La administración de Macri, no obstante avances en el clima institucional general, la política exterior y en temas de infraestructura, transporte y energía, junto con el mantenimiento y ampliación de programas sociales, va a terminar 2019 con indicadores económicos y sociales probablemente peores que los heredados, que ya eran malos.
Es cierto que los problemas estructurales pendientes que dejó el gobierno anterior, así como diferentes shocks externos, han contribuido a este muy pobre desempeño. Pero no parece haberse planteado una visión de desarrollo integral y ha habido un alto componente de impericia en el manejo macroeconómico, que incrementó el alto déficit fiscal heredado, y trató de compensar el impacto inflacionario con política monetaria restrictiva, un peso sobrevaluado, y alzas importantes de deuda pública, lo que llevó a la crisis que está afectando a amplias capas de la población, especialmente los más pobres y vulnerables.
Ahora, dos personas que entre ambas van a sumar 8 años de estancamiento económico y deterioro social aparecen como las únicas opciones para el próximo gobierno. En mi opinión, la ex Presidenta ya ha mostrado sus limitaciones en lo económico y su autoritarismo político. Además, debe responder adecuadamente a los cargos por enriquecimiento ilícito en la función pública, sin escudarse en fueros o en excusas de persecución política.
El argumento de “robo para tener poder político y alcanzar la justicia social”, aún obviando el hecho que nunca se estuvo siquiera cerca de concretarla, no puede ser utilizado para justificar la inmoral apropiación de dinero público que tendría que haberse aplicado al bienestar común. Respecto del gobierno actual, si la resistencia a Cristina Fernández llevara a que en una segunda vuelta la gente decidiera votar al actual presidente, éste va a arrancar un segundo mandato debilitado políticamente. Sin ningún “enamoramiento” de parte del electorado, va a tener que enfrentar condiciones internas difíciles y una situación mundial que está claramente deteriorándose.
Argentina se merece tener más opciones. Esto no es la “avenida del medio” entre dos candidatos a quienes se demoniza, creando una grieta aún más amplia. Tiene que ser algo completamente diferente, donde se reconoce la fuerza democrática, al tiempo que se trata de entender las esperanzas del 60% de compatriotas que parecen estar optando por la ex Presidenta o por el actual Presidente; pero, a la vez, es necesario ofrecer otras opciones viables al 40% que no parece estar conforme con ninguna de esas opciones.
Lo que me lleva nuevamente a lo que argumentaba en el 2013 para que sucediera en el 2015, y que es aún más urgente en la actualidad: la necesidad de un gobierno de convergencia nacional, en el que el próximo Presidente se comprometa a servir solamente un período, construyendo los consensos y haciéndose cargo de las decisiones necesarias para poder entregar en 2023 un país más sólido en lo económico, con mayor justicia social, saneado en lo institucional, y con menos divisiones .
Hablar de un gobierno de convergencia nacional no implica desconocer que existen intereses contrapuestos. Pero, precisamente por eso, es necesario construir consensos reconociendo que los problemas estructurales a resolver en la Argentina son complejos y que las condiciones externas están deteriorándose. Ese gobierno de unidad nacional no puede ser de ningún partido político en particular, sino debe surgir de una convergencia de voluntades, excluyendo, ciertamente, a los que se apropiaron de dineros públicos y a los que no creen en la democracia.
En mi opinión hay en la actualidad una persona que, por su reconocida capacidad económica, amplitud democrática, y seriedad institucional, está en condiciones de construir esos consensos y liderar este tipo de gobierno, convocando lo mejor de todas las fuerzas políticas y sociales: Roberto Lavagna. Si decidiera intervenir en la contienda electoral, no obstante el importante sacrificio personal y familiar que implica, ya desde la campaña su presencia elevaría sin duda la calidad del debate democrático, obligando a orientarlo hacia los temas estructurales de fondo, con importantes beneficios para cualquier futuro gobierno. Otros pueden tener sus propios candidatos. Pero antes de entrar en la discusión de personas, sugiero que empecemos con un amplio petitorio reclamando que en la campaña se discutan los temas de fondo de la Argentina y que el próximo gobierno sea de unidad nacional. Y que votemos por quien mejor pueda ayudar a construir los consensos necesarios y su implementación.
Fuente: Clarin